Aunque los efectos del tabaco se producen de forma progresiva y están directamente relacionados con el tiempo de duración de la adicción, las consecuencias son demoledoras desde la primera calada: la nicotina alcanza el cerebro poco tiempo después de ser consumida, el monóxido de carbono impide que los glóbulos rojos puedan realizar su función de transporte de oxígeno a todos los órganos del cuerpo. ¿Por qué ocurre esto?. Porque la sangre es la encargada (entre otras cosas) de transportar por todo el cuerpo el oxígeno que recoge en los pulmones. Al fumar, los pulmones se llenan de humo con cientos de sustancias tóxicas, que al no haber oxígeno, son transportadas y expandidas por el sistema circulatorio. Por ello, todos los órganos del cuerpo se ven deteriorados en un fumador, porque reciben mucho menos oxígeno que el resto de las personas.
Además, los productos cancerígenos que contiene el tabaco dañan el ADN. de las células, alterando su microambiente y desencadenando la aparición y expansión de múltiples tumores.
El tabaquismo continúa siendo una de las causas de muerte prevenible más frecuente en la población, con un impacto muy negativo en la salud de las personas, independientemente de su edad o de cualquier otro aspecto diferenciatorio.
Diversas investigaciones han identificado más de 4000 elementos químicos en el humo del tabaco. Está demostrado que, al menos 60 de ellas, tales como el níquel, son cancerígenas y producen efectos devastadores en la salud.
El doctor Miguel Barrueco, neumólogo del Hospital Universitario de Salamanca (España), destacó que “a pesar de los esfuerzos de la industria del tabaco por desprestigiar dichas evidencias, no es posible negar que el consumo de tabaco de forma regular produce adicción, enfermedad, limitación de la calidad de vida y muerte”. Se estima que el tabaquismo reduce una media de 22 años la esperanza de vida de una persona.